Con banderas chilenas, pañuelos blancos y calles engalanadas de flores, 50 mil personas se congregaron la tarde del domingo 29 de septiembre en la Plaza de Armas para peregrinar hasta el museo de Bellas Artes guiadas por la imagen de la Virgen del Carmen Patrona, Reina y Madre de nuestro país. Cuya tradición se remonta al año 1830 con el objeto de coronar el mes de la Patria con un día de Oración por Chile.
El grupo de peregrinos salió del radio de la Catedral Metropolitana y avanzó por las calles Catedral, Morandé, Agustinas y Santa Lucía para culminar en José Miguel de la Barra con una misa al frente del museo Bellas Artes donde se levantó un gran altar.
En medio de cánticos y alabanzas, la imagen de la Virgen del Carmen llegó al escenario rodeada de familias, comunidades parroquiales, representantes de colegios católicos, movimientos apostólicos, fuerzas armadas y de orden y grupos de baile que homenajeaban a la Reina de Chile.
Monseñor Cristián Contreras, obispo auxiliar de Santiago y quien presidió la Santa Misa -en reemplazo de monseñor Ricardo Ezzati, quien se encuentra fuera del país- destacó en su homilía un llamado a la reconciliación, a la búsqueda de la verdad y la justicia: “En un momento de Cruz está la Virgen, Madre del Señor para ofrecer la eucaristía por la paz, el entendimiento, el reencuentro y la reconciliación de los chilenos”, señaló.
Homilía de Monseñor Contreras en Misa Procesión.
PROCESION DE LA VIRGEN DEL CARMEN
Domingo 29 de septiembre de 2013
+Cristián Contreras Villarroel, Obispo Auxiliar de Santiago
Vicario General, Queridas hermanas y hermanos: ya el año pasado, presididos por nuestro Arzobispo, don Ricardo Ezzati, hicimos el mismo recorrido de esta procesión de la Virgen del Carmen. Hemos visto las calles engalanadas con flores y banderas; pero sobre todo con la presencia multitudinaria de todos ustedes. Ante todo quiero hacerme nuevamente eco del saludo cordial de nuestro Arzobispo, actualmente visitando a su familia natal en Italia, disfrutando de unos pocos días de descanso que no ha tenido en estos años.
Mi saludo cordial a monseñor Pedro Ossandón, obispo auxiliar, y a monseñor Juan Antonio Cruz Serrano, Secretario de la Nunciatura Apostólica.
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Desde los inicios de la vida cristiana en esta tierra del fin del mundo, al pié del cerro Huelén, tal como nos encontramos esta tarde, la presencia de la Virgen María ha guiado nuestros pasos. Fue la imagen bendita que llegó a Chile junto a don Pedro de Valdivia y, más tarde, la devoción de la Virgen del Carmen que fecundó la oración de las Carmelitas que ofrecen su vida para interceder por la Patria, para interceder por nosotros.
No es el momento para hacer la historia de esta devoción tan querida, pero siento una enorme deuda de gratitud con la Virgen del Carmen y con la multitud de los creyentes que año a años se dan cita en esta procesión para orar por Chile.
En Ustedes, los presentes, veo la fe de nuestros abuelos y de nuestros padres y les rindo homenaje por habernos legado esta fe que no decae, ni siquiera a la hora de la Cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y por eso siento en el alma la misión de transmitir esta devoción a la próxima generación, para que nunca falta en el alma de la Patria el amor por la Virgen María: “hijo, ahí tienes a tu Madre”. Gracias infinitas a las Camareras de la Virgen del Carmen. Ustedes son verdaderas madres en la fe.
Hermanos y hermanas, muy queridos, estamos llegando al final del año de la fe a la cual nos invitó el Papa Benedicto XVI con su palabra y con su testimonio. Por la fe nos invitó y por la fe renunció a su cargo, para dejar abierto el camino a lo que el Espíritu de Dios quisiera realizar. ¡Qué gran hombre! ¡Qué gran sacerdote! ¡ Qué gran Papa!
El báculo de la fe pasó a manos del Papa Francisco quien también nos ha dado testimonio de una fe madura, gozosa y misionera. Precisamente en estos días, el Papa Francisco ha dicho sobre María que si queremos saber quién es María, se lo preguntemos a los teólogos, pero si queremos saber cómo se ama a María, nos fijemos en la fe del pueblo que la ama y que la invoca. Esta asamblea pública, Ustedes hermanos y hermanas queridas, confirman la certeza del Papa Francisco, ya que en este recorrido de la fe, desde la Catedral hasta la mesa del Altar, no nos hemos cansado de orar a María, de cantar a María, de amar a María, la Virgen Santísima.
Y no sólo eso, en encuesta reciente sobre la fe de los chilenos tuvimos el agrado de saber que más del 80% de los chilenos, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes, saben que la Virgen del Carmen nos ha asistido en momentos difíciles de nuestra Patria.
Hoy nos encontramos en un momento complejo, por momentos difíciles, tanto en nuestra convivencia cotidiana como en situaciones más específicas de un pueblo que enfrenta nuevas elecciones y que no termina de asumir su pasado. Es un momento de cruz. Y junto a la Cruz del Señor está María, la Madre del Señor, la Virgen del Monte Sinaí, la Virgen del Monte Carmelo. Razón de sobra para ofrecer la Eucaristía por la paz, el entendimiento, el reencuentro y la reconciliación de los chilenos. Eso también se lo debemos a la generación siguiente que recibirá de nuestras manos el amor o el odio que hayamos sido capaces de sembrar.
Nuestra procesión, hermanos y hermanas, no termina en el año de la fe. La fe auténtica se abre de par en par en el corazón de los creyentes, para comunicar a otros los amores y certezas más profundas que nosotros hemos recibido. Y ese amor y esa certeza de llama Jesús, hijo de Dios e hijo de María, nuestro Salvador. Por eso, al año de la fe, sigue el año de la misión territorial para que no haya persona ni hogar que deje de recibir el Evangelio de Jesús. Esta no será sólo una misión que comprometa a algunos de nosotros, sino a todo el Pueblo de Dios.
Si la fe de uno solo, como el Papa Francisco, en pocos meses ha hecho resonar con alegría y novedad el nombre del Señor; si los gestos humildes de uno solo, como nuestro Papa emérito Benedicto XVI, se han multiplicado por el mundo suscitando admiración ilimitada, ¿por qué no hacerlo con la fe de nuestras comunidades eclesiales anhelantes de ir a anunciar a Jesucristo? La Misión territorial nos dará la oportunidad para ponerla al servicio de la Iglesia y de nuestra Patria tan amada.
Al hacer esta invitación, escucho en lo más profundo del corazón la palabra de María: “Hagan lo que Él les diga”, dijo la Virgen en las Bodas de Caná. Y antes por esa misma fe su prima Isabel le dijo la más hermosa de las bienaventuranzas: “Feliz tú que has creído”. Por esa fe de María, Madre y Misionera, esta tarde escucho a esa mujer del evangelio que irrumpe en una alabanza exclamando a Jesús: “Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”.
Gracias queridas Camareras de la Virgen; gracias Virgen Santísima. Gracias a todos quienes han querido dar un testimonio público de nuestra fe en Jesús su hijo bendito a quien damos honor y gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
HOMILÍA MAIPÚ
DOMINGO DE ORACIÓN POR CHILE,
29 de septiembre de 2013
(Con presencia de dos candidatos presidenciales, de candidatos al Congreso Nacional y a los CORE)
A pocos días de haber iniciado su ministerio Petrino, el Papa Francisco confidenció el por qué de su nombre. Este le vino como una inspiración de lo alto, en el momento en que los votos de los cardenales lo elegía como Papa. Un cardenal brasilero le dijo: “no te olvides de los pobres”. Y esa advertencia fraterna caló hondo en el corazón del Papa. Por eso al pedírsele qué nombre escogía dijo: “Francisco”, en memoria del “poverello” de Asís, el santo de la paz, del amor a los pobres, del amor a la creación.
Me parece que este sencillo e inspirado hecho, nos puede ayudar mucho en este Domingo de Oración por Chile, por su pueblo y sus autoridades, donde Jesús nos dice que los pobres serán consolados.
Ser autoridad es una grave responsabilidad; por eso San Pablo -lo escuchábamos el domingo pasado- recomendaba “que se hagan oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad” (1 Tim 2, 1ss).
La Iglesia a lo largo de la historia no ha desobedecido esta recomendación del apóstol Pablo, y tampoco la Iglesia que peregrina en Chile. Por eso, esta mañana nos reunimos en el Templo Votivo de Maipú, tierra de encuentro, en la casa de Nuestra Señora del Carmen, para orar por nuestro Chile. También, en pocas horas más, en pueblo católico se reunirá en la Plaza de Armas para la tradicional procesión de la Virgen del Carmen por las calles céntricas de la ciudad y que culminará con la Misa en la explanada del Museo de Bellas Artes.
La doctrina de la Iglesia nos enseña que “toda autoridad proviene de Dios”. Es una afirmación compleja y que puede ser mal interpretada. Por eso debemos entender bien esta afirmación, porque si efectivamente toda autoridad proviene de Dios, eso no significa que quienes estamos constituidos en autoridad la ejerzamos siempre al modo de Dios. Dios Padre es la perfecta autoridad porque es el creador de la vida, la promueve, la cuida. En la tradición del Antiguo Testamento, Dios es presentado como el garante y protector del huérfano, de la viuda, del forastero y del pobre.
Autoridad es ser “padre” y “madre”, y es ser “pastor”. En efecto, pastores en el Antiguo Testamento eran los sacerdotes, los reyes, los jueces y todos quienes tenían autoridad en el ámbito civil y religioso. Hoy lo son o debieran serlo los papás, las mamás, los profesores, los sacerdotes, los miembros de las instituciones de la Patria, los políticos. Nos alegra, por eso, la iniciativa de la pastoral del Santuario de Maipú de convocar en este día a hombres y mujeres que quieren servir a Chile desde la política.
Jesús nos invita a construir la casa sobre la roca firme de su Palabra. La casa es también la patria, la nación, aquel lugar donde vive, se reúne, crece y se desarrolla la familia. En este caso, es la inmensa familia chilena, una familia de hijos e hijas con una vocación común de fraternidad y comunión, con vocación de entendimiento y no de enfrentamiento.
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Sabemos que “a Dios nadie lo ha visto jamás”; y que “el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha contado” (Jn 1, 18). Toda la vida de Jesús es revelarnos ese rostro de Dios Todopoderoso e invisible. En la imagen del Buen Pastor, él nos muestra y enseña cómo debe ejercerse la autoridad al modo de Dios. Es bueno recordar los anatemas del profeta Ezequiel contra los malos pastores y el anuncio de que un día, Dios vendrá en persona a mostrar cómo se es pastor (cfr. Ez 34). Por eso, no es de extrañar que los Evangelios nos hablen de que Jesús, el enviado del Padre Dios, sintió lástima de la muchedumbre “porque estaban como ovejas sin pastor”. Es así que Jesús se presentará él mismo como figura auténtica del pastor, es decir, con la autoridad de Dios: “Yo soy el Buen Pastor” (Jn 10, 11).
Es responsabilidad de todos los que son autoridades con mandato de la ciudadanía, superando los partidismos e ideologías, procurar ser los “éticos” de la “polis”, es decir, los primeros testigos y “hacedores” de la ética de la ciudad.
Chile es una patria de hombres y mujeres creyentes. El anhelo de Dios se debe verificar en la construcción de una sociedad basada en la verdad acerca de la persona humana. Esta verdad es la consideración absoluta de su dignidad de persona, del respeto básico de sus derechos a la vida y al desarrollo pleno, en libertad, de todas sus capacidades. Dios quiere hombres y mujeres libres y liberados de cualquier obstáculo que les impida vivir la dignidad de su condición humana. La promoción y el respeto de esos derechos han pasado y pasan actualmente de manera inexorable por el aporte que desde el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo puedan realizar quienes hoy se presentan para ser elegidos por los ciudadanos, buscando esa roca firme de la verdad y la justicia.
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Esta convicción profunda acerca de la verdad del hombre ha impulsado siempre a la Iglesia a defender la vida, desde la concepción hasta su muerte natural, y a promover la familia, basada en la unión de varón y mujer, como núcleo esencial de la sociedad. Lo hizo con especial ahínco cuando no hubo Poder Legislativo que ayudara a resguardarla, y lo sigue haciendo hoy cuando diversas corrientes de pensamiento amenazan la solidez de estas realidades que nos dio por baluarte el Señor. La Patria chilena contará siempre con la voz de la Iglesia y de las confesiones cristianas para iluminar la vida social. Los políticos tendrán también a su disposición nuestra colaboración eclesial para fortalecer todo aquello que ennoblezca y dignifique a quienes nacen, viven, sirven y mueren en y por nuestra Patria.
Volvamos nuestro oído al evangelio de hoy, teniendo como telón de fondo la frase dicha al Papa Francisco: “no te olvides de los pobres”.
En las bienaventuranzas de San Lucas leemos: “Bienaventurados ustedes los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. ¡Ay de ustedes los ricos, porque ya ha tenido su consuelo” (Lc 6, 20.24). La formulación de esta antítesis parece reflejarse perfectamente en la parábola del Evangelio de hoy con sus dos personajes que ven cambiar de modo absoluto su situación.
Lázaro, pobre, cubierto de llagas, hambriento, muere y es llevado por ángeles al seno de Abraham; el rico, vestido de púrpura y lino finísimo y que banqueteaba todos los días, murió y fue sepultado. Ese es su final.
La situación del pobre para el reino de Dios no es indiferente. El pobre necesita de la intervención de Dios; el rico en cambio es pagado de si mismo. Pero tiene una salida misericordiosa, hacer de sus posesiones un medios de solidaridad y de caridad.
El rico, en su lugar de muerte, pide la intervención prodigiosa de Dios enviando al pobre Lázaro para advertir a sus cinco hermanos que cambien de estilo de vida; pero no le es concedida porque para esa conversión “tienen a Moisés y a los profetas” y si nos los escuchan “aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.
Esto es un llamado a tener presente en nuestras decisiones de vida la Palabra de Dios y sobre todo la Palabra hecha carne, Jesucristo, el Señor.
El beato Papa Juan Pablo II que visitó esta tierra de encuentro y este santuario de la Virgen del Carmen pronunció una oración que está grabada en sus muros: “¡Santa María, Madre de Cristo, Madre de Dios y Madre nuestra! Bajo tu amparo nos acogemos; a tu intercesión maternal nos confiamos (…). ¡Virgen del Carmen de Maipú, Reina y Patrona del pueblo chileno! A ti corazón de Madre encomiendo la Iglesia y todos los habitantes de Chile (…) Que bajo tu protección maternal, Chile sea una familia unida en el hogar común”.
Pidamos esta gracia para los chilenos. La Virgen María escuchó la voz del ángel y creyó lo que le había dicho. Por eso su prima Isabel hará el elogio más grande de una creatura humana: “Dichosa, bienaventurada tú que has creído”. Y que Chile por el aporte de los creyentes sea “una mesa para todos”.
Así sea.