Este es un tiempo en que sale lo mejor de nosotros para ofrecer oraciones y sacrificios al Señor por manos de su madre y nuestra también, la Santísima Virgen María.
Esas flores… que jamás pasan y las coronas que no se marchitan que son las que espera de nosotros, sus hijos… esas virtudes… Todo un programa de vida, no sólo para un mes, sino para esforzarnos, continuamente siendo en verdad sus hijos predilectos.
Con toda propiedad, creo que estas oraciones son toda una síntesis del Evangelio, ya que quien mejor que ella nos puede enseñar el evangelio, que no es otro que su hijo, que nos regala el “sermón de la montaña”, en Mateo, 5-6-7. El mismo magnificat, canto que nace desde el fondo del corazón, que brota de lo más profundo de su corazón humilde y agradecido, recordando las historias de su pueblo, que es también su historia, es por ello que lo realizado por el Señor en Ella, la llama a proclamar la misericordia de Dios cada día, de “generación en generación”.
Así esta proclamación se vuelve tarea actual nuestra, salir con nuestro amor y devoción, extensión de ese amor y devoto cuidado que Dios tiene con cada uno de los pequeños que quiere atraer hacia sí mismo. Pero este salir queda muchas veces, descuidado, ya que el llamado que nos hace nuestra madre, “hagan lo que él les diga…” no se expresa en la respuesta de reconciliación misericordiosa que se encuentra con los hermanos y que hacen parte de la gran cruz de Cristo que estamos invitados a cargar con él en la medida de nuestras fuerzas.
Tememos atravesar las montañas de nuestras seguridades e ídolos que nos fabricamos, dejando de lado con esta actitud, a aquél de quien Ella se hizo su “sierva”. Esas son las flores y coronas que ella espera de nosotros, escuchar de nuestros labios no sólo nuestros cantos y oraciones, sino también ver, nuestras obras. Obras y coronas que no se marchitan.
Obras que el Señor quiere realizar hoy en nuestra patria, siendo nosotros como su madre, instrumentos dóciles en sus manos, para que seamos los labios, manos, pies, y ojos del Señor.
Labios que hablan de misericordia, de perdón, manos que bendicen, que se extienden abiertas para levantar al que está caído y nunca para mostrar el dedo acusador o un gesto agresivo, ojos que son misericordiosos, pies que “salen para hacer líos…” o para ir a las “periferias”, de la vida propia o la de los hermanos, nuestros prójimos, especialmente en este tiempo de misión, que nos llama el Señor, por medio del Papa Francisco y de nuestros obispo, después de haber trabajado y renovado nuestra fe, en Dios nuestro padre, en su hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo, del que nuestra madre se mantuvo estuvo siempre fiel y “llena de él”.
Oremos por nuestra patria, especialmente en estos días para que nuestra madre María, como en el “cenáculo”, nos regale el espíritu de sabiduría y docilidad, y así podamos discernir cuál es el proyecto de país que Dios quiere,para nuestra patria y las futuras generaciones.
Especialmente, ante pasos tan trascendentales como son las próximas elecciones, preguntémosle al Señor, ¿qué quieres que haga?, recordando que la construcción de nuestra” patria es tarea de todos y con todos”.
Que podamos decirle al final del mes : “nosotros venimos a ofreceros con estos obsequios que traemos a vuestros pies…” y ciertamente ella nos presentará a su “divino hijo…” para hacer en verdad su voluntad para nuestras vidas durante todo el año y cada año mientras él quiera y necesite de nosotros en su servicio.
Con estos deseos y no olvidando que este mes de María nos prepara también para el tiempo de Adviento, en que celebramos el nacimiento del salvador, fruto del vientre inmaculado, de la virgen madre, que ella ruegue por nosotros y nos colme de alegría y esperanza para el porvenir. Que esto sea así, para todos y cada uno de ustedes.
Les bendice con afecto, su asesor.
Pbro. Pedro Narbona, hermano mayor de la Cofradía.